sábado, 23 de abril de 2011

Lo que Orwell no tuvo tiempo de decir


EVE GIL

Dejo por escrito lo comentado en diversas charlas privadas: este año el Nobel de Literatura ha de ser para Haruki Murakami. Sugerir, por supuesto, que dicho galardón se le otorgara con criterios humanitarios, como consolación a sus compatriotas tras padecer la peor tragedia de su historia desde Hiroshima, sería injusto. El principal motivo por el que asevero que Murakami tendrá el Nobel en 2011 tiene mucho más que ver con su innegable genio literario (el genio va más allá del talento), derrochado a manos llenas en su más reciente obra 1Q84 (Tusquets, 2011), que si bien el propio Murakami anuncia como un homenaje literario a 1984, de George Orwell, no es, como suelen ser los “homenajes”, una regurgitación de la citada obra, sino algo mucho más complejo.
En japonés, el número 9 se pronuncia igual que de la letra “q”: ki. La novela plantea la posibilidad de que el mundo se desarrolle simultáneamente en dos direcciones simultáneas, que no antagónicas. En una transcurre el año 1984, y en otra, el 1Q84, pero quienes habitan el segundo están seguros de habitar el 1984. No se trata de un capricho, aunque el accidente temporal me remitió a aquella novela de Isaac Asimov, Un guijarro en el tiempo, donde con un simple salto, un joven cruza la valla entre su mundo y otro paralelo que aparentemente es el mismo, pero donde se habla una lengua incomprensible para él. Algo semejante le ocurre a Aomame, la heroína, que en su esfuerzo por sortear un embotellamiento de tránsito en Tokio, realiza una maniobra que produce un vuelco en la rutina que empieza por el extraño uniforme de los policías que no es al que ella está habituada. Lo que en Asimov pudiera interpretarse como una metáfora de la incomunicación, en Murakami puede leerse como una meticulosa exposición de hasta qué punto los seres humanos estamos expuestos a una serie de circunstancias oscuras para las que la lógica no fue hecha, sin propiamente referirme lo que llamamos “destino” pues a diferencia del común de la gente, estos personajes advierten su condición de títeres y se rebelan contra ella. Algunos podrán reclamarle a Murakami que es justo cuando tiene lugar este descubrimiento, que la novela concluye…pero hay que advertir al lector que este libro reúne en dos novelas, y existe una tercera en puerta donde sin duda se resolverá lo que Murakami deja, dicho sin afanes metafóricos, flotando. Una de las virtudes de 1Q84, es que cada lector tendrá su propia interpretación de las cosas…y yo procedo a esbozar la propia sin aportar demasiados detalles que pudieran sugestionar al potencial lector de esta portentosa obra.
La novela se compone de dos historias que parecen sometidas a una carrera de obstáculos donde la meta es una colisión entre ambas. Y sin embargo parecen hechas para no tocarse jamás, como la pareja protagónica: Tengo y Aomame. En apariencia, poco o nada tiene que ver una sofisticada –pero sensible- asesina como Aomame, quien trabaja para una inolvidable vengadora feminista (por emplear un término banal porque “La señora” no actúa por ideología sino por un sentido bastante peculiar de justicia), con el apacible y en apariencia hosco Tengo que tiene dos pasiones en su vida: las matemáticas y la literatura. No se entrega, sin embargo, a ninguna por completo, por lo que divide su tiempo en ambas. Según lo percibe, su habilidad para los números supera con creces su talento como escritor, aunque su cajón rebose de novelas inéditas que le han acarreado la admiración e incluso la amistad de un enigmático –y poco ético- editor, Komatsu,  dispuesto a alabarlo y aprovecharse de él, pero no a publicarlo (¿dónde he escuchado esto, por Dios?) Pero nada de esto parece demasiado frustrarle demasiado. Las cosas dan un giro inesperado cuando Komatsu lo contrata para reescribir una novela titulada La crisálida de aire, de la autoría de una hermosa y enigmática adolescente que firma con el sobrenombre “Fukaeri”.
Hay algo que tienen en común los personajes de las historias paralelas que un lector versado en Murakami, no tomaría demasiado a pecho: su temperamento apocalíptico. Tanto Aomame como Tengo y Fukaeri, son, como cualquier personaje murakiano, seres que no solo se adaptan a sus circunstancias sin inmutarse, más aun, las canalizan en beneficio propio. Autor preciso, quirúrgico casi, Murakami disecciona a cada uno de sus personajes para que el lector no confunda ese rasgo con lo que pudiera parecer abulia o mediocridad. Lo que es un hecho, es que el mundo subterráneamente sofisticado de Aomame poco tiene que ver con la cotidianidad en apariencia anodina de Tengo cuya principal preocupación parece  ser ponerse a salvo de los problemas….si bien su relación con una mujer casada pudiera sugerir lo contrario, él ha permanecido con “su novia mayor” por comodidad más que por amor: ella hace absolutamente todo, y eso incluye la prudencia. Es probable que lo único que ame de ella es que no le exige otra cosa que retardar la eyaculación.
Aomame, por su parte, sale en busca de cierta clase de hombres –le excitan aquellos que tienen entradas “a lo Sean Connery”-cuando su libido se lo pide, pero dista de ser ninfómana y más aún –y al igual que Tengo- de ansiar un compromiso. Podrá ser una experta en el uso acupunturista de un picahielo para “mandar al otro barrio” a hombres que maltratan y explotan a las mujeres, pero en su vida interior parece tan sensata como el propio Tengo, con quien tiene otro detalle en común: ambos tienen 30 años. Con todo y esto, el más hábil lector es incapaz de discernir cual es el punto convergente entre ambos personajes y durante las primeras quinientas páginas, pareciera estar leyendo dos novelas independientes….hasta que un detalle de conmovedora insignificancia empieza a eslabonar sus pasos…y a este detalle sigue otro más…y otro….hasta que el rompecabezas queda casi armado… excepto porque el hábil novelista se guarda la mejor para otra ocasión.
Pero… ¿en qué momento Aomame y Tengo trasgredieron el año 1984 para ubicarse en 1Q84? ¿Qué relación tiene el que ella optara por un camino arriesgado y difícil para llegar realizar puntualmente una encomienda de “La señora”, mientras el taxista que la conducía,  atrapado en un embotellamiento que la conducía escuchaba la Sinfonietta de Janacek?... ¿Puede un escritor, Tengo en este caso, generar un accidente temporal al reescribir la obra de una tercera persona? El problema es que Tengo no ha respetado a piejuntillas lo que una escritora aficionada ha volcado en el papel….se ha tomado ciertas libertades…claro, con la venia de Fukaeri y del propio Komatsu…pero como si el propio Murakami nos advirtiera contra la profanación del mundo ficticio, aunque sea con autorización de su autor original, empiezan a suceder cosas tan insólitas como la aparición de una segunda luna en el cielo que solo algunos son capaces de percibir, amén de desapariciones inexplicables, recuerdos de infancia que retornan para instalarse nítida y dolorosamente y la súbita necesidad de recuperar lo que había quedado rezagado en el tiempo.
Y si bien nadie reconoce en Murakami un autor crítico –cosa con la que, definitivamente, no concuerdo-, en esta novela se muestra particularmente  puntilloso con el asunto de las sectas, otro elemento estrechamente involucrado con la trama a través de la narración de Fukaeri que transcurre al interior de un idílico mundo de “elegidos de Dios”, y nos hace ver que cualquier fanatismo, no importando sea religioso o político, desemboca en lo mismo: fundamentalismo. En este sentido dos cosas aparentemente reñidas entre sí tienen un punto más que común que los hermana.  En cualquiera de los dos casos es posible enfrentar casos de locos que han pretendido destruir el mundo para construir sobre sus ruinas una utopía a la medida, que es en lo que verdad consisten sus designios apocalípticos. Murakami menciona entre otros a los Testigos de Jehová que al parecer son una plaga idéntica en todo el mundo, incluso en el civilizado Japón, los Testigos dejan morir a sus hijos antes que permitir una transfusión de sangre.
Haruki Murakami no es autor de una sola obra maestra, sin embargo, 1Q84 es, entre todas, la más sobresaliente, inquietante y poética. Una metáfora absoluta no de una sociedad, no de una época, sino de los seres humanos que han perdido el asidero de Dios y saben que han de arreglárselas como puedan….y, siguiendo un poco la tónica de Tolstoi –aunque sea Chejov el más mencionado a lo largo de la historia-en un mundo sin Dios puede suceder cualquier cosa….incluso quedar a merced de la Little people, un equivalente terrorífico del Gran Hermano que no solo vigila tus pasos: se apropia de tu destino y de tu sombra.

lunes, 14 de marzo de 2011

La pureza como subversión: Lolitas góticas y Ganguros

Por: EVELYNA
La globalización y la internet hicieron el milagro: las influencias ya no llegan por defecto a través de la televisión y/o el cine de manufactura hollywoodense, sino de mucho más lejos: de Japón, que en materia de moda juvenil –dejemos París y Nueva York para adultos aburridos- tienen la batuta. Afirma mi estilista, que no es cualquier estilista: cada vez son más las mujeres mayores de 20 años que solicitan teñirse el cabello de verde, púrpura o rojo encendido…incluso rosa (la carta de colores de su exclusiva estética incluye el rosa mexicano); mujeres sofisticadas, elegantes…empresarias, intelectuales, no niñas de secundaria (a las que se les restringe colorearse el pelo, pero no llevar minifalda) lo cual resulta sintomático de hasta qué punto los adultos caen en la tentación japonesa que nos llega, en primer lugar, a través de los animes y los mangas, y más recientemente, a través de la música.
En general las modas juveniles de Japón han tendido –por lo menos a partir de la década de los ochenta, cuando no tenían tal repercusión en Occidente-a ser muy aniñadas, en especial desde la aparición en escena de las super idols Ayumi Hamasaki y Namie Amuro, eternas adolescentes que siguen fascinando a los más jóvenes con sus voces atrapadas en la pubertad. La impresión en general creada por estas intérpretes es de adolescentes sexys, atrevidas y, sin embargo, virginales; con larguísimas uñas decoradas que son genuinas obras de arte, como los biombos con mariposas bordadas; altas plataformas -que no tacones de aguja-, largas y lisas cabelleras teñidas de un rubio seráfico y maquillajes no exagerados pero perfectos. Naturalmente no podemos cerrar los ojos ante el hecho de que estas cantantes están influidas por la moda occidental, específicamente la norteamericana, no por nada a las seguidoras de estas modas se les denominó gyaru, japonización del término inglés “gal”, con que se alude a las chicas aniñadas o rebeldes. Sería válido preguntarse –aunque sería tema para otro ensayo-si este tremendo apego a las modas de los jóvenes nipones tendrá relación con lo que ha dado en llamarse Síndrome de Hikikomori, atribuido a adolescentes y adultos jóvenes de clase media y alta, prácticamente incapaces de cumplir con sus roles sociales –que, insisto, suelen ser más exigentes que en nuestra cultura-, llegando al extremo de recluirse en sus habitaciones y relacionarse exclusivamente por internet.
En Japón las identidades juveniles están perfectamente definidas a través de las formas de vestir, y tales tendencias no son privativas de las chicas. Si algo ultra femenino rige la moda joven en este momento, es la de las llamadas Gothic Lolitas (Lolitas góticas), que remiten mucho más a un personaje de Sheridan Le Fanu o Lewis Carroll, que al arquetipo nabokoviano, y cada vez son más los muchachos que la adecúan a su sexo. Todavía no se ven en nuestro continente muchachos con diminutos sombreros de copa que apenas cubren su cabeza, y pantalones de montar byronianos –propongo para ellos el término “Tadzio gótico”, en honor al efebo inalcanzable de Muerte en Venecia, de Thomas Mann-, pero en territorio nipón es muy frecuente verlos en parejas, Lolito y Lolita, entrelazadas las manos, fusionándose veinte uñas cortas y pintadas de negro o zarzamora profundo. No confundir con los Darketos, pues el único maquillaje de “los Lolis” o Tadzios consiste en polvo de arroz y kejel para enfatizar la profundidad –o la melancolía traviesa- de mirada.
Los Lolis cohabitan con seguidores de otras corrientes –los sociólogos occidentales las llaman “tribus urbanas”, pero de lo que hablamos, cuando nos referimos a la sociedad japonesa, es estrictamente de moda, fashion, no de ghettos ideológicos-, principalmente las  Ganguro girl, que, aunque en mucha menor medida, cuentan también con exponentes del sexo masculino. Contrario a las Lolitas, que ya pululan en nuestro país –el Chopo y las convenciones de Otakus son un hervidero de encantadoras e impecables Lolis, algunas, hay que señalar, sí muy próximas al modelo nabokoviano que al japonés- no me he topado hasta el momento con una Ganguro, y me gustaría tratar de dilucidar por qué. Será porque, al menos en México, las chicas tienden a renegar de ese bello tono de piel acanelado por el que, ignoran, matarían, no solo las Ganguro, sino las caucásicas clientas asiduas de las cámaras de bronceado.
Pero las Ganguro son minoría incluso en su natal Japón. Y las razones, aunque variadas, pueden resumirse en una palabra: subversión.  Esto no significa que no haya algo subversivo en el atuendo de las Lolis, pero en menor grado. Las feministas no están muy contentas que digamos con el hecho de que las jovencitas re adopten elementos opresivos de los que sus ancestras se sacudieron no hace tantos años, como las crinolinas, los miriñaques, los corsés… sin contar todos esos accesorios que contribuyen a aniñar a chicas que, según los parámetros de Humbert Humbert, protagonista de la obra cumbre de Vladimir Nabokov, han perdido irremediablemente su encanto erótico: moñitos, lazos, sombreritos de copa o diademas victorianas; ositos de peluche, muñecas… estos dos últimos especialmente diseñados para Lolis; muñecas increíblemente hermosas y perturbadoramente humanas, contra ositos con roturas, remiendos, fracturas o parches estratégicos. Empiezan a cundir también parches para un ojo con encajes y bordados, inspirados acaso en el look de Ciel, el ambiguo héroe adolescente de Kuroshitsuji (“El mayordomo negro” en español). Los animes, en realidad, han contribuido enormemente a extender esta moda. Series como Rozen Maiden, cuyas protagonistas son encantadoras pero violentas muñecas que luchan entre sí, la inocente pero letal Misa Aname de Death note, o Sakura Card Captor, por citar solo tres.
No veo, sin embargo, tanta beligerancia en el look de las Lolitas como en el de las Ganguro, su perfecta antítesis. No considero que al retomar prendas que llegaron a contribuir a la opresión de las mujeres, las Lolis clamen por un retorno a la feminidad convencional o expresen el deseo de instalarse en una casa de muñecas, aunque lo parezca. Con las Ganguro no existe duda de su carácter subversivo pues quebrantan radicalmente los cánones de la belleza japonesa pero, sobre todo, de sumisión que tienen que ver, sí, con Occidente, pero mucho más con el Japón más tradicional. Leyendo a Serpientes y piercings, de Hitomi Kanehara, autora de la misma generación de las más asiduas a estas modas, descubro que en Japón es mal vista una joven que se tiña el cabello de rubio, por ejemplo, lo cual no significa que dejen de hacerlo. La protagonista se cubre con una peluca oscura para desempeñar un trabajo como azafata, pero sigue siendo rubia.
La traducción literal del término japonés “ganguro” es “rostro negro”, aunque se menciona también a las Gonguro (con “o”) que portan la piel mucho más oscura, pero son menos comunes. Se dice también que el término Ganguro se deriva de yamanba, Yamaba-uba, nombre de una montaña bruja en el folclore japonés, aunque actualmente cualquier chica que combine un bronceado ligero con cabello en tono claro, es denominada “Ganguro” sin necesidad del peculiar maquillaje o los accesorios: guirnaldas hawaianas de la marca ALBA ROSA o las vestimentas plásticas de colores DAYGLO, incluso calcomanías especiales en la cara.
Las Ganguro “puras” o radicales oscurecen ostensiblemente su piel, desde el bronceado subido hasta el negro crudo, y lo combinan con una cabellera platinada o dorada que puede variar a naranja, aunque últimamente ha surgido el gris platino conocido como “high bleached”. Por supuesto, así como hay versiones masculinas de las Lolis, existen chicos Ganguro denominados “Center Guys”, y que aluden a una calle comercial cercana a la Estación Shibuya en Tokio, donde se adquieren los accesorios propios de las Ganguro.
Existe naturalmente la antítesis de la Ganguro que es la Ganjiro (literalmente “piel blanca”), aunque se decía -¿en broma?-que no son sino gals sin dinero para someterse a tratamientos de rayos UVA. Quien puso en boga este extraño look fue la revista de modas nipona Egg, que empezó a circular en 1995, y se especializa en gyaru, o “gal” y tiene, como todo en Japón, su versión masculina titulada MensEGG. Hasta la fecha, Egg  coloca eventualmente en portada a alguna modelo ganguro. Antes de pasar a analizar lo que esconde este look aparentemente frívolo y, se cree, más fruto de la rebeldía que de la frivolidad, sería oportuno narrar la historia de la chica que inició este boom en la década de los noventa, la Twiggy de las Ganguro: Buritari.
Buriteri
            Buriteri fue algo más que un ícono de las Ganguro: fue un ícono de la moda juvenil en Japón, pero el carácter subversivo del look ganguro hizo de ella blanco de muchísimos ataques. Si bien esta joven era admirada por su audacia, los adultos veían en ella la negación radical de una tradición milenaria…y he allí el principal factor de rechazo por parte de los nipones al look de la Ganguro, a decir de los sociólogos: se trata de una venganza de las chicas niponas contra la sociedad japonesa tradicional; la represión escolar (ya sabemos que ningún país del mundo es tan estricto en sus normas escolares como Japón; que un porcentaje alarmante de estudiantes recurren al suicidio para zafarse de tan agobiante responsabilidad) y una ostentación exagerada de repudio a los valores y características propios de las geishas. Para quienes conocen los sacrificios infrahumanos de las japonesas tradicionales para mantener la tez blanca como la porcelana, este esfuerzo por trastocar la moda adquiere sentido. Mucho sentido. En este aspecto, las Ganguro se apegan mucho más, ideológicamente hablando, a los preceptos del feminismo occidental. 
Se dice que otro posible origen de este look está en la parodia de las jóvenes japoneses a su inalcanzable ideal de belleza: la rubia y bronceada californiana, lo que sugiere también una original forma de manifestar rechazo a los estereotipos de belleza impuestos por Occidente. Buritari, sin dejar de ser atractiva con su rostro negro, sus ojeras brillantes, sus labios de un plateado intergaláctico, efecto logrado al reemplazar el tradicional lápiz labial por polvo corrector blanco, y su larga caballera de un “rubio sucio”, llegó a convertirse en emblema de esa revista para chicas frívolas, a través de una foto no propiamente glamurosa donde parece lanzar un grito ante la cámara, mostrando hasta las muelas. Gesto que los occidentales podríamos interpretar como: “déjenme en paz, déjenme ser yo misma”.
            Buriteri fue apodada así en honor a la soja negra empleada para darle sabor al pez limón con que se hace el teriyaki, y fue además la imagen publicitaria de un prestigiado salón de bronceado de Shibuya llamado “Blacky”. Pese la fama y fortuna obtenidas con su peculiar forma de ser, el paso de la llamada Buiteri por el mundo de la moda se restringió a su país natal –aunque la internet propició su popularización a nivel global- y la presión de la conservadora sociedad nipona (y supongo que de su familia) pudo más que eso que percibo como algo más que un simple deseo de notoriedad, que es la impresión que me dejan estas chicas que no puedo sino dejar de admirar por su valentía. Y aunque las Ganguro se quedaron sin su ícono, a la que insisten en referirse como “la modelo desaparecida” en vez de “retirada” –y se sabe trabaja como cajera en una tienda-, estas siguen dando la batalla con sus cada vez más familiares rostros negros y cabelleras frondosas de colores inverosímiles. En este caso también podemos hablar de la influencia de los animes que presentan a las chicas Ganguro casi siempre como personajes antipáticos o bravucones –como en Gals!, de Mihona Fuji-, aunque en Peach girl (“Chica durazno” o “Piel de durazno”), de Miwa Ueda, su  heroína, Momo, es confundida todo el tiempo con ganguro girl por el intenso bronceado de su piel y su deslavada cabellera, producto de su intenso entrenamiento como nadadora. En la escuela todos creen a Momo una chica fácil, lo que la hace pasar momentos verdaderamente dramáticos que se ven intensificados cuando la belleza clásica de la secundaria llamada Sae Kashiwagi insiste en convertirse en su mejor amiga…y pese a ser la más admirada de la escuela, comienza a imitar a Momo en todo.
Otro personaje de anime remotamente inspirada en la estética Ganguro, aunque sin sus accesorios, es la estricta y masculinizada Sir Integra Hellsing, de la serie de vampiros Hellsing, una Ganguro “natural” de cabellera blonda, ojos azules y tez oscurísima que su autor, Kouta Hirano, justifica con el hecho de que su heroína es hija de un inglés descendiente de holandeses y de una mujer de la India. Los rasgos de este personaje, además, no son caucásicos, sino típicamente indios.
LA INOCENCIA PREFABRICADA ESTA “IN”
Pese a ser un boom entre las jovencitas, el look Lolita gótica tiene sus orígenes en la década de los setentas, cuando concretamente la marca CASA ROSADA empezó a vender ropa con fuertes reminiscencias de las actuales Lolis. En la década de los noventa, la banda mixta de rock japonesa Malize Mazer impuso el look que todavía no se denominaba Lolita Gótica, y si bien en su natal Japón encontró una repercusión inmediata, partiendo desde su natal Kansai hasta invadir toda la península, transcurriría una década para que la Loli fever se extendiera hasta Occidente.
En un principio, la prototípica Gothic Loli empleaba un maquillaje excesivamente claro y labiales de un rojo subido, pero la moda se ha ido infantilizado hasta predominar los tonos pastel; también se han ido reemplazando elementos “góticos” como las bolsas en forma ataúd, por hermosas muñecas, casi humanas, que por el momento –y por desgracia- solo se consiguen en Japón. O los Ositos vendados que parecieran parodiar el gótico original del look.
No parece existir ningún vínculo entre la moda de las Lolitas góticas –abreviado GothLoli; rori gosu en japonés- y la Lolita por antonomasia –la de Vladimir Nabokov-, pues mientras Dolores poseía el talento para seducir de una mujer adulta, haciendo acopio de sus encantos de niña, de los cuales era consciente a diferencia de la mayoría de las niñas de esa edad, las Lolitas góticas, que honran mucho más la pedofilia sublimada de Lewis Carroll –su escritor consentido del momento-, ofrecen una impresión general de inocencia que puede pasar de la pureza inmaculada, a la pureza mancillada, más por connotaciones vampíricas que puramente sexuales. Muñequitas de carne que en medio de tantos moños y tirabuzones y caramelos no invitan al sexo ni al más recalcitrante pederasta. Estas Lolitas no se rebajarían a jugar con hula-hula, ni a exponer su ombligo –aunque existan algunas, las más originales, que porten algún discreto piercing-, al grado que el término parecería, más que paradoja, ironía. La Goth-Lolita prototípica tiene la premisa de ser contemplada, no deseada, y todo en ella es una atenta invitación a no ser tocadas: ¿quién querría desarreglar algo tan inmaculado y, encima de todo, embarrarse de chocolate o miel? Desde sus atuendos escandalosamente infantiles, hasta las enormes paletas de caramelo que son un accesorio más -y se reproducen en pulseras y collares de hipnóticos colores- y unos rizos sintéticos que, de tan perfectos, producen casi escalofrío. De entre varios hombres encuestados, de distintas edades, la mayoría coincidieron en que esta orgiástica exhibición de feminidad estereotipada,  intimida más que excitar; se trata de una apropiación, digamos, egoísta, ¿radical? de la propia feminidad, recreada para apropiársela, para mimarla como a un dulce perrito llamado Vanity, y lo cual debiera resultarle atractivo o cuando menos interesante a las feministas (ya se ha visto que no), y dudo bastante que las practicantes de esta moda piensen en conquistar chicos al momento de transformarse en preciosas muñecas de inmensos moños.
Presiento –puedo estar equivocada- que los pedófilos se sentirían terriblemente intimidados con estas adorables niñitas con tamaño de mujeres. Estas Lolis son más producto de un ultra sofisticamiento de la estética emo –de la que son producto, sin lugar a dudas-; la negación traviesa de una época en que las mujeres son sexualmente emancipadas. Estas mujeres que juegan a ser niñas, sin embargo, empleen celulares y MP3 y los combinan con las resucitadas Hello Kitties, y tienen en su cuarto el póster de la camaleónica cantante Moon Kana –que es además diseñadora de ropa y juguetes Lolis-nacida en 1982, cuyas canciones entre divertidas, ñoñas, paródicas y oscuras son representativas de esta corriente.